lunes, 14 de diciembre de 2009

Vacaciones de vacaciones

Viajar en barco, siempre es viajar al fin y al cabo, pero no vamos a hablar de una romántica vida marinera, de puerto en puerto y arriando la mesana cada vez que el viento lo decida. Viajar, lo que se dice viajar, se puede hacer de muchas maneras, pero cuando uno se lanza, definitivamente, a abandonar el mundanal ruido, relajarse, disfrutar, dejarse llevar y no tener que tomar más decisiones que la de sentarse o levantarse... entonces hay que viajar en un barco. No en un barco cualquiera, en uno grande, en un crucero.

Se trata de conocer otros mundos, otras culturas, otras historias, pero sin preocuparse del transporte, el alojamiento, la comida, trazar un itinerario... sin preocuparse de nada.

Yo que soy fundamentalmente cómoda, pero que a la vez tengo el espíritu de los niños, disfruto los cruceros más que nadie. No hay peligro, no hay riesgo salvo en el casino, no hay agobios de tiempo ni pasa nada si coges el pasillo equivocado o si te separas del grupo, aquí nadie se va a perder... y sin embargo, desde que te despiertas todo es como un sueño, música, colores, olores nuevos, sensaciones que te hacen querer correr de un lado a otro y participar de esa vida que parece sacada de un parque de atracciones... que flota.

Uno se levanta de la cama y se va a desayunar, después, a veces, el barco atraca en un puerto y podemos bajar para hacer una excursión y visitar ese lugar, otros días, no... sólo el mar, sólo navegar. Esos días, después de desayunar, empieza la vida en una pequeña ciudad construida para que uno haga todo eso que siempre deja para después, a la vez que disfruta del tiempo libre y del ocio, se divierte e incluso, muchas veces, se cuida, se pone en forma y se ocupa de su salud... que todos sabemos que durante el año, lo más que nos ocupamos de nosotros mismos es cuando pedimos de postre un zumo de naranja natural, por aquello de las vitaminas o los cinco primeros días del año, cuando compramos verdura y nos ponemos a régimen… en el barco, como nos lo dan todo hecho, no hay excusa. Lo único que hay es tiempo, tiempo para todo lo que queramos.

Los cruceros son auténticas ciudades flotantes. Obviando lo común: las piscinas, los gimnasios, los salones de belleza, las tiendas (aunque los precios no invitan a comprar), los bares, los restaurantes, los servicios de lavandería y todo lo necesario para que una casa funcione… los cruceros grandes te ponen una bandeja con cine en 4D, pista de patinaje, sobre ruedas claro, simuladores del golf de esos que recuerdan a Strar Trek y que te ponen en pleno campo sin moverte del barco, simuladores de Fórmula 1, centros de spa y bienestar, a lo grande, zonas Play Station 3. Bibliotecas, salas de exposiciones, observatorios astronómicos y, por supuesto, casino. Son enormes, son para volverse loco y no saber qué hacer, porque lo quieres hacer todo y también quieres ir de excursión, pero no hay tiempo para todo... siempre queda algo pendiente para la próxima vez, porque habrá próxima vez, esto de los cruceros engancha que no veas...

Costa Cruceros llama a sus barcos con nombres de sugerentes: Costa Serena, Costa Deliziosa, Costa Romántica... que ya te lo dicen todo. Royal Caribbean, los bautiza en inglés: Majesty of the Seas, Jewel of the Seas, Serenade of the Seas... todos vienen del mar, como las sirenas. Hay barcos para disfrutar de la vida, del lujo, del mar y descubrir la paz de interior de uno mismo, para disfrutar de la vida en pareja, para poder tener vacaciones en familia sin tener que preocuparse de los niños todo el tiempo, pero también hay barcos que están ahí para vivir aventuras diferentes, como los de Hurtigruten, que según algunos es el crucero más bello del mundo, claro que te lleva de la manita hasta las heladas tierras del norte de Europa y eso, uno no puede hacerlo solo.

Las opciones son mil, las oportunidades todas, porque los barcos salen cada día del año, cada temporada hacia una ruta diferente... sólo es cuestión de elegir el barco que quieres y dejarte llevar.