Esta es una de las frases que más he oído en los últimos
días. La gente está harta y carga contra todo lo que se mueve con comentarios
despectivos y cuanto más hirientes mejor. Yo no estoy de acuerdo. Ni en contra.
Simplemente cada uno se desahoga como mejor le viene. Pero cuando escucho una y
otra vez eso de “Este país de pandereta”, sonrío.
La pandereta, al fin y al cabo, es una cosa bien graciosa,
¿no es cierto?
Este año tuve la suerte, o la tristeza, según se mire, de
pasar la Navidad fuera de España. Precioso panorama, villancicos por todas
partes, luces, colores, adornos, regalos y vino caliente en cuantos mercadillos
de adviento tuve ocasión de poner los pies. Lindísimo. Pero a la hora de la
verdad… en Nochebuena, la cosa era cuanto menos aburrida. No te digo que la
pandereta sea la madre de todas las fiestas, pero… una buena pandereta anima a
cantar villancicos a todo el mundo, sí o sí. No había pandereta.
Esto me lleva a pensar en las cosas que hay en España, con y
sin crisis, y que uno echa de menos cuando no está. Simplemente porque no las
hay en ningún otro sitio del mundo, y si las hay… no son iguales. Las cosas que
hacen que cuando uno dice España fuera de España, la gente se te acerca curiosa
y se alegre de conocer un español.
Los camareros, por ejemplo. Los españoles son eficientes
como pocos, rápidos, seguros, simpáticos (en su mayoría, que también hay cada
craco…) y dan un servicio fabuloso. Mira que me cabreo cuando llego a una mesa
muerta de sed y tengo que esperar 15 minutos (bar vacío) a que venga alguien a
preguntarme qué quiero tomar. Y otros 20 a que me lo traigan. Es desesperante.
Que en vez de un refresco me dan ganas de pedirle la ubicación de las cosas y
ponérmelas yo. Que te llega la cerveza casi caliente. ¿Y entre plato y plato? Entre
plato y plato, fuera de España, te fumas un paquete de tabaco y sigues
esperando.
Además, la cerveza. No sólo es buena. Es barata. Es barata
en comparación con cualquier otra cosa. La cerveza y el café. Que también es barato
y es fantástico. Hasta el malo… está bueno.
Las terrazas. Sí, terrazas hay en muchas partes, pero nada
que ver. Ni con los jardines de cerveza, por muy bonitos que suenen… con sus
cervezas tibias a casi 4 euros.
El vino. Ciertamente hay buenos vinos en muchos sitios. En
muchos países y en muchas regiones. Pero en comparación, así, a ratio gordo…
hay muchos más vinos buenos por cada vino malo que en cualquier otro país. Si
acaso Francia nos hace competencia, pero fuera de ahí… risa me dan los “buenos
vinos”.
El jamón. Vaya donde vaya, siempre me ofrece la gente, con
el mayor amor (y que yo lo valoro muchísimo) un jamón seco y normalmente ahumado…
(¡ahumando!) que me dicen que es el “jamón serrano de la región”. Claro, si
ellos probaran el jamón serrano de verdad, entenderían por qué pongo la cara
que pongo. Que una cosa es educación y otra que te toquen el jamón serrano.
Vamos, en general, la cultura de la tapa es intocable. E insuperable.
Y todo ello entra en el apartado de fiesta. Porque como la
fiesta española, ninguna. Y eso no es un tópico. Es un hecho. En mi caso
fehacientemente comprobado y del que puedo hablar con plena potestad y una larga
experiencia.
Pero lejos del apartado lúdico-gastronómico… pasa igual.
¿Por qué será que tenemos la mejor música? Es evidente que la buena música es
en inglés o en español… cierto que hay muy buenas canciones en francés y en
italiano, pero son las menos. Fuera de ahí… ¿hay vida?
El arte. Tenemos un patrimonio artístico de los más ricos del
mundo. Cultura no tenemos mucha, para qué nos vamos a engañar y con esa firme
propuesta de nuestros gobiernos de uno y otro color, de embrutecernos al
máximo, quién sabe con qué aviesas intenciones… menos tendremos en unos pocos
años. Menos cultura y menos cerebros que están haciendo deporte y entrenando
como nunca, no para participar en ninguna olimpiada sino para abandonar el país
a la mayor velocidad posible. Pero arte y patrimonio tenemos para dar, regalar,
disfrutar, enseñar y lo que queramos.
Vamos que me pongo a enumerar y me faltan dedos. No lo vemos
porque creemos que es algo tan evidente que siempre estará ahí. Y por si acaso,
deberíamos valorarlo y disfrutarlo ahora que podemos. Porque nos quitan y nos
quitan, pero nosotros siempre inventamos qué hacer después para seguir siendo
eso, españoles que se divierten y que hacen de la vida un arte. El arte de ser
español.
Por eso, me alegro tanto de que a pesar de ser un país
liderado siempre por los más sinvergüenzas vestidos de rojo, verde, azul o con
piel de corderito… seguimos siendo un país de pandereta.