Cada vez nos resulta más y más difícil innovar en el tema
del turismo. A la hora de buscar un viaje que sea realmente original y que
nadie haya hecho, nos da por pensar y
pensar y se nos ocurren las cosas más peregrinas. La última novedad es el
turismo radiactivo.
Como si no fuera difícil conseguir ahorrar y después juntar
unos días libres para poder romper la rutina y dedicarte a cualquier cosa que
no sea hacer lo mismo que haces todos los días de cole… ahora vamos a jugarnos
la vida en esos días de asueto para… pues para ser originales y salirnos de la
norma.
No sé. No lo veo. Pero debe de tener su cosa, porque parece
que ahora que es posible visitar la ciudad dormitorio que descansa abandonada
junto a lo que fue Chernobyl… recibe nada menos que 10.000 inconscientes turistas
al cabo del año. Este rebaño de aguerridos aventureros entra en la restrictiva
zona de exclusión reconvertida en incipiente parque temático nuclear que parece
ser susceptible de explotarse turísticamente. No lo veo y sin embargo,
inconsciente de mí, estoy desenado tener oportunidad de ser una de esas descerebradas
que se juegan la vida, porque sí… por el simple placer de conocer algo que no
conozco. Por el morbo de descubrir, que es lo que nos mueve al fin y al cabo.
Especialmente cachondo se me hace el comentario de los
responsables de estos improvisados tours de 10 minutos, que es lo que es el
tiempo que se permite disfrutar de la ciudad fantasma a los turistas: “No hay
ningún peligro de radiación, pero… por si acaso, ¡mejor no vengan ustedes en
pantalón corto!”. Da qué pensar. Cierto es que la tela del pantalón vaquero no
parece ser la mejor protección contra la radiación, pero si tomamos en cuenta
aquella leyenda urbana en virtud de la cual, cuando el terror nos atenaza por
la noche, nos tapamos hasta las orejas con la sábana… supongo que el hecho de
llevar una pizca más de tela, pues tranquiliza. Quieras que no, algo es algo.
Chernobyl, mejor dicho Prípiat, la ciudad dormitorio de la
central nuclear, se encuentra a unos 150 km de Kiev, en Ucrania. 25 años han
pasado después de la tragedia y la visita se desarrolla a cosa de 200 metros
del reactor número 4, donde tuvo lugar todo el tinglado. De hecho, el tour
transcurre, contadores “geiger” en mano, (porque la radiactividad tardará miles
de años en remitir y contra eso…) y termina con un detector de radiación al
salir del recinto. No tengo claro que ocurre si uno al salid, da positivo, qué
ocurre… pero la autoridad competente asegura que en 10 años que llevan
gestionando esa novedad, sólo han recogido un “positivo”, de un incauto que
llevaba los zapatos contaminados.
El punto álgido de la visita es la noria. Y es que sólo tres
días después de la tragedia tenían previsto abrir en Prípiat, un fabuloso
parque de atracciones, que sería el orgullo de la URSS y del que quedan como
testigos, la noria amarilla y algunos coches de choque, que no llegaron ni a
estrenarse. Paradójicamente… los turistas se pegan por hacerse las fotos en
este sitio. Al final, para algo ha servido el despliegue de medios.
Esto me recuerda una película bastante regular, que se
estrenó en 2012: Chernobyl Diaries, en la cual un grupo de inconscientes (estos
sí, con total seguridad, eran inconscientes por no decir algo más grave) se
aventuran en un tour poco “serio” y acaban pasando las de Caín en la ciudad. Lo
único que ciertamente consiguió la película, además de hacerte pasar un rato de
absoluto pánico peliculero, es poner de manifiesto el hecho de que este lugar
está rodeado de algo mágico que atrae… que atrae tanto que te juegas la vida
por pasar allí 10 minutos y tan contento.